Más de media vida buscando la
felicidad en labios ajenos, dejando la noche justo a plena luz del día, yendo
decididamente a lugares inconcretos… Más de media vida.
Hicimos de la mediocridad
costumbre, del encuentro con el cuerpo no deseado una victoria… Cantamos
canciones en las que no creíamos para hacer ver que teníamos un credo. Soñamos
los sueños de otros (yo fui Otto, ellas eran Ana) para vivir la vida que nunca
viviríamos. Abrazamos la derrota injusta como hálito de la victoria.
Lloramos los fracasos como si
estos nos fueran ajenos, como quien llora el desamor, cuando nunca el amor nos
fue dado (en nuestro pecho anidaban desbandadas de pájaros).
Hablábamos de la gloria sin
haberla conocido. Éramos los héroes de Bowie, un huracán para Dylan. Pero nos
mentíamos. Nos mentíamos como las parejas que más que decirse mentiras, dan
silencio a las verdades. Para aceptarnos. Para poder subsistir en la mitad de
nada.
Lucíamos orgullosos la victoria
cuando no habíamos ganado nada (un corazón sin eco, un cuerpo sin restos de
haber sudado). Cuando solamente evitábamos derrotas aún más crueles que ese
yermo de mediocridad en el que nos movíamos como triunfadores.
No éramos nadie. Nada más que lo
que a nosotros mismos nos contábamos. Y todo para subsistir. Para no ser por la insistencia de la mediocre monotonía arrastrados.
Hablábamos. Hablábamos.
Hablábamos de casi todo. Y no conocíamos casi nada.
Éramos hipsters de la felicidad no alcanzada, clase media acomodada en la
incomodidad del fracaso, veteranos de guerras nunca guerreadas.
Más de media vida buscando la
felicidad en otros. Con otros. Más que en nosotros mismos. Y resulta que la felicidad
eras tú, Sevilla. La felicidad era quererte en la esperanza y en la espera. En
saber que el cielo se refleja en el pecho. Que en el pecho vuelan pájaros.
Más de media vida buscando la
felicidad en otros. Con otros. Más que en nosotros mismos. Y resulta que la felicidad
eras tú, Sevilla. Era seguirte para que nos siguieras, para que siguieras
nuestro canto.
Más de media vida buscando la
felicidad en otros. Con otros. Más que en nosotros mismos. Y resulta que la felicidad
eras tú, Sevilla. Tú y los tuyos, que son los míos. Que son su abrazo.
Más de media vida buscando la
felicidad en otros. Con otros. Más que en nosotros mismos. Y resulta que la felicidad
eras tú, Sevilla. Que son los ojos de los míos diciéndome otra vez. Su llanto
calmo.
Más de media vida buscando la
felicidad en otros. Con otros. Más que en nosotros mismos. Y resulta que la felicidad
eras tú, Sevilla. Y yo sin saber que eras tú quien me la estaba dando.
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