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16 julio 2014

La mano - Capítulos 1, 2 y 3

Os dejo los tres primeros capítulos de mi novela La mano. Son capítulos cortos, de rápida lectura.
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¡¡Gracias!!

1.     Todas las noches procedían de igual modo

  El tener la garganta entre sus manos le parecía lo más semejante a tener el control del mundo.
Noche tras noche todo transcurría de idéntico modo: se encontraban de madrugada en aquel bar, tomaban una copa sin compartir confidencias, él salía primero del local mientras ella lo seguía, caminaban juntos hasta la casa de éste y subían por el ascensor. Ella esperaba en el ascensor mínimo mientras él abría sigiloso su casa. Una vez dentro de la austeridad de la vivienda, se dirigían a la habitación, se desnudaban y comenzaban a besarse animalmente.
Cuando todo parecía ser fin, ella lo reclamaba sádica y se disponía a recibirlo por la espalda. Él la encontraba al instante y comenzaba casi impasible, pero con un ritmo casi musical, a dominarla. Poco a poco iba aumentando la fuerza y frecuencia de sus sacudidas, mientras ella iniciaba la emisión de gemidos repletos de dolor y sangre. Tras esto, él llevaba su cabeza a la almohada ensordeciendo los gritos guturales. Entonces, la mano que obligaba a su cuello, tomaba la garganta y comenzaba a cerrarla con fuerza regulando el aire que entraba y salía de ella, hasta que conseguía que llegara exhausta y satisfecha al orgasmo.

2.     La virtud del orgasmo

  En todas las noches ocurría lo mismo: llegados al orgasmo, las respiraciones descompasadas iban perdiendo virulencia, dando paso al silencio paulatinamente.
La virtud del orgasmo hace que todo lo que fue agitación, tras él, aparezca como silencio, como la virtud del silencio.
Agotados por el esfuerzo que requiere el clímax, se desplomaban sobre la cama como animal abatido por una bala certera.
Ninguno hablaba nada. No era necesario ni solicitado. Sólo se dejaban guiar por la ausencia de palabras. Por la ausencia de gestos, incluso. Porque la práctica del sexo, del sexo por el sexo, no requiere de complicidades ni de palabras reveladoras. El sexo sólo necesita de cohabitación, de coincidencia en un mismo punto, y de deseo, de atracción.
Más allá de aquello, lo demás era considerado por ambos como periférico. Hablar, tocarse, era distraer el sosiego que acarrea el placer del orgasmo. Era negar una parte más de éste.
Es por ello que como animales satisfechos procedían, dando el tiempo necesario a su cuerpo para la recuperación.
Orgasmo, jadeo, respiración agitada, silencio, observación, huida.

3.     La huida

  El sueño, en el caso de él, sucedía al esfuerzo. Tras aplacarse su respiración, del mismo modo que lo hace el mar después de haber sido su calma sobresaltada por un barco, el silencio invitaba al descanso. Cerrar los ojos era sinónimo de hallarlo, de dormir, de descansar ocho o nueve horas con su necesidad carnal cubierta.

Ella, sin embargo, dejaba que su respiración se normalizara lentamente, que el sudor de su cuerpo desapareciera, que su sexo perdiera humedad, que sus pezones recuperaran su color tamizado y tamaño habituales, para incorporarse pausadamente de la cama, respetando siempre el silencio.
Sin ni siquiera lavarse o refrescarse en el baño, abandonaba la casa en busca del descanso negado en aquélla que visitaba cada sábado.
Tomaba el estrecho pasillo, apenas sin cuadros ni otros adornos, recorría su breve tránsito y cerraba sin aspavientos la puerta. Satisfecha y silenciosa partía.
No necesitaba despedirse. Sabía que, una semana después, él estaría en el mismo bar esperándola, para compartir una copa y proseguir con su estricto protocolo sexual.
“Las palabras sólo tienen aristas”, se decían.


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