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25 junio 2014

A Samuel

Samuel

I

Ausente la llaga de lo perdido
es en ti la heredad del tiempo:
la palabra,
la mañana,
la fe en el vuelo de los pájaros.
Porque la mañana, su amanecer, son tuyos.
Podrás aprender que la elegancia
tiene que ver con la sencillez,
el amor, con los prodigios,
la libertad, con el silencio…
Hay una ausencia de luz que lo alumbra todo.
Eres tú, que te anuncias,
que en brevedad te anuncias.


II

Las mires o no, Samuel, las estrellas
son siempre las mismas
y, sin embargo, nunca las mismas besan los ojos:
la vida, como los versos,
hay que tomarla con distancia.
Y también las aceras llenas de flores.
Y los vientres que tu nombre vindiquen
como poblador incansable.
Tómalas como el último hombre,
como el corazón que al olvido alcanza.
Mas (también) toma las estrellas de luz muerta.
Y el dolor de las aceras vacías.
Y los vientres en sequedad erguidos.
Hay una luz que lo alumbra todo.
Eres tú, que te presentas,
que en brevedad te presentas.


III

...y así quedó todo,
como un columpio en camino de huida.
Y la verde hierba, en espera.
Y el viento, entre inquietudes y avanzar.
Así todo.
Hay una promesa que lleva tu nombre.
El corazón lo sabe.


IV

¿Qué será de los árboles
de los que jamás conocerás su sombra?
¿Qué será de los jóvenes
que anuncian la primavera?
¿Qué será de mí y su anuncio?
¿Cómo asumir en mí, tu tío, su algarabía?
Hay una promesa que lleva tu nombre.
El corazón lo sabe.
¿Qué será de estos árboles
cuando no pueda verlos
el día que se ha marchado para siempre?
Salamanca: un ángulo del Tormes, Como la lluvia,
José Emilio Pacheco

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